domingo, 1 de mayo de 2011

Buenas costumbres

-Pero qué grata sorpresa. Realmente lo es verla por aquí tan pronto.
-Hola doctor, sí esta vez volví rápido. ¿Cuándo nos vimos? ¿Hace una semana, nomás?
-No interesa, querida Beroldo. Por algo tengo el placer de recibirla hoy y eso es lo que importa. La escucho.
-Tuve una semana realmente extraña.
-¿En qué sentido?
-Ahí está la cuestión. La sentí extraña pero no puedo dilucidar el motivo. Eso es lo que me tiene muy inquieta y por eso vine tan pronto. Toda la semana estuve con dolor de estómago.
-A ver, cuénteme un poco sobre esta semana.
-La realidad es que no sé exactamente qué contarle.
-Hable nomás, Beroldo. Vamos, que si hay algo que a usted le sobra, son las explicaciones.
-Gracias doctor, voy tomar eso como un cumplido.
-Esa fue la intención.
-¿Qué piensa usted de la cama bien hecha, de los vasos todos iguales, de las toallas planchadas, de la hora exacta para comer?
-¿Qué pienso de qué?
-Simplemente de eso. Quiero saber qué piensa usted cuando le nombro estas costumbres.
-Eso justamente querida, que son costumbres que cada cual adopta para vivir más o menos ordenadamente.
-¿Y eso le parece que tiene para usted una carga de importancia especial?
-Bueno, depende. Algunas cosas más que otras. Mi señora y yo cenamos todos los días a la misma hora. ¿Acaso encuentra esto algo molesto para usted? ¿Por ahí viene su incomodidad?
-No exactamente. No me resulta molesto pero sí me he sorprendido de mí misma al pensar en que debería renovar los cubiertos y platos para tener todos de un mismo juego. Por alguna razón, eso me asustó.
-Pero Beroldo, ¿no le parece un poco exagerada su reacción? Intuyo que lo que le pasó no debe venir por unos simples cubiertos. ¿Me equivoco?
-A ver, mi angustia no fue por los cubiertos en sí, sino por el tipo de pensamientos que vengo teniendo. Tengo que ser más ordenada, tengo que planchar más seguido, esos zapatos están fuera de lugar.
-Lo que usted tiene, mi querida, es miedo a volverse una mañosa. Si me permite la expresión, yo soy un viejo bastante mañoso, debo confesarle.
-Todos tenemos nuestras mañas, pero, sí es cierto, creo que no estoy preparada para aceptar algunas nuevas que me han aparecido.
-No se preocupe, Beroldo. Si no le convencen, las puede modificar. Todavía es joven y está a tiempo de arrancarlas de raíz. Es evidente que aún están verdes.
-Pero qué metafórico está hoy, doctor.
-Debe ser su presencia. Y usted, debo decir, anda un tanto pesimista.
-No se preocupe, ya estoy comenzando a sentirme mejor. Casi ni me duele el estómago ya.
-Pero qué maravilla la rapidez. Lo que me deja preocupado ahora es no entender en qué momento de la consulta se empezó a sentir mejor. Debo confesarle que no sé si yo he alcanzado a hacer algo o simplemente usted misma logró calmarse.
-Siempre me es de gran ayuda, doctor. Por algo es mi médico de cabecera.
-¿Y me va a decir qué la hizo sentirse mejor?
-Concluir que es posible que llegue a ser una vieja con costumbres algo extrañas, caprichosas, volátiles y hasta quizás poco adecuadas.
-Si es lo que pretende, es muy probable que lo logre. De esa forma, no dará lugar a preocuparse fija y obsesivamente por las mismas cosas.
-Exactamente. Eso es lo que me carcomía la panza. Eso es lo que no quiero.
-Perfecto, Beroldo. Veo que no necesita la receta del Sertal.
-No, doctor. No la necesito
-Qué tema que trajo hoy…creo que no me había puesto a pensar en todas las manías que he ganado con el correr de los años y que jamás me detuve a analizar.
-No se preocupe doctor, le aseguro que no parece para nada obsesivo.
-¿Ahora me toma el pelo, Beroldo?
-No, por favor. No quise pasarme de la raya.
-La estoy cargando, querida. Muy ciertas suelen ser sus observaciones.
-Gracias doctor, al final siempre logra despedirme sin recetarme nada. Cada día estoy más satisfecha.
-Le aseguro que gran parte del trabajo lo hace usted sola.
-Gracias.
-Bueno, creo que nos hemos tirado suficientes flores por hoy.
-Sí, la verdad es que ya estoy en condiciones de marcharme.
-Que tenga una excelente semana, Beroldo.
-Usted también.
-Vuelva pronto pero, sin que se ofenda, tíreme el chicle antes de entrar. No tolero el ruido del mascado.
-No diga más. Así lo haré.
-Gracias por la comprensión, querida. Hasta luego.
-Faltaba más. Le aseguro que de todo saco interesantes análisis…
-Ahora me deja con la incertidumbre.
-Hasta pronto, doctor.
-Adiós, mi terrible Beroldo.

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